sábado, 9 de octubre de 2010

Argentina

Las provincias del Norte exhiben entremezclados vestigios precolombinos, ruinas de fortalezas y poblados indígenas y construcciones de la Conquista y de la Colonización.


El tiempo parece haberse detenido en el altiplano de la Puna; tierra surcada de serranías, desfiladeros y quebradas. Los pueblos fueron establecidos en las hondonadas de la tierra. Los rodean cerros, a veces multicolores a veces monocromáticos, con laderas cubiertas de grandes cactus.

Esta región permite el encuentro con un paisaje pleno de contrastes, desde las altas cumbres hasta la llanura, con salares y selvas subtropicales, en el que echó sus raíces la cultura latinoamericana.

Es la región de los grandes ríos, del trópico húmedo, de la tierra roja y de la selva virgen cubierta de árboles gigantes, con flora y fauna extraordinarias. Aguas grandes -Iguazú en lengua guaraní- que la naturaleza desborda estrepitosamente en una de las maravillas del mundo: las Cataratas del Iguazú.

Todo un escenario de belleza exuberante que se extiende por el Parque Nacional Iguazú, los Saltos del Moconá, el Parque Nacional Río Pilcomayo, el Parque Nacional El Palmar, los Esteros del Iberá o la llanura chaqueña.
Apoteosis de la naturaleza, donde las ruinas jesuíticas misioneras, declaradas por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad, son el vivo testimonio de la fecunda obra de la Compañía de Jesús.

Cuyo -“país de los desiertos” en lengua indígena- es la región de las altas cumbres, los volcanes nevados y las vastas travesías que se extienden desde los Andes y las serranías precordilleranas hasta la llanura esteparia.


Un verdadero viaje a la era de los dinosaurios es la visita a los Parques Naturales Ischigualasto - Talampaya (Patrimonio Natural de la Humanidad). Ischigualasto, también llamado “Valle de la Luna” por las sorprendentes formas y colores de su paisaje tallado por la erosión, es uno de los yacimientos paleontológicos más importantes del mundo. El cañón del río Talampaya asombra con los pliegues multiformes de sus altos y rojizos paredones.

Flamencos rosados, patos cordilleranos, vicuñas y guanacos conviven libremente en parques y reservas naturales, bajo el sigiloso vuelo de los cóndores.

La región muestra a los Andes Centrales en todo su esplendor: el cerro Aconcagua (6.959 m), la máxima altura del hemisferio occidental. Un frío manto blanco cubre las increíbles pendientes cordilleranas que disfrutan esquiadores de todas las latitudes.

En los valles de La Rioja, Mendoza y San Juan, entre hojas de parra, fincas y bodegas, se puede seguir la ruta del vino, un elixir que ha logrado el reconocimiento internacional.

La cordillera de los Andes exhibe su grandeza en las provincias patagónicas. Bosques milenarios y silenciosos con especies vegetales autóctonas se extienden hacia las orillas de los espejos de agua. En las cumbres de las montañas, la naturaleza se desborda en picos de granito y campos de hielo que derraman sus lenguas glaciares en lagos de belleza inigualable. Manifestaciones pictóricas que sobrevivieron en los aleros de la Cueva de las Manos por casi 10.000 años, encarnan la más antigua expresión de los pueblos sudamericanos.
Imponentes mamíferos y aves marinas viven algunas temporadas en las agrestes costas patagónicas donde cumplen parte de su ciclo vital. Colonias de lobos marinos juegan y descansan en islotes y restingas. Los elefantes marinos del sur tienen en Península Valdés el más importante apostadero continental del mundo. Los golfos Nuevo y San José, separados por el istmo Carlos Ameghino, son escenario del arribo de la ballena franca austral que acude puntualmente para dar a luz a sus crías y procrearse. Maras, ñandúes y guanacos corren por la estepa y en Punta Tombo anida la mayor colonia de pingüinos magallánicos del planeta. La atónita mirada del visitante contempla esta cadencia que se repite desde tiempos inmemoriales.
Y al sur, la Tierra del Fuego y la ciudad más austral del mundo, Ushuaia, una puerta abierta hacia la inmensa soledad de la misteriosa Antártida.
 

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